Tu dolor tiene dos niveles: el dolor que creas ahora y el dolor del pasado que aún vive en tu cuerpo y en tu mente.
El dolor es inevitable mientras sigas identificándote con tu mente, es decir, mientras sigas siendo espiritualmente inconsciente.
Me refiero básicamente al dolor emocional, que también es la principal causa del dolor físico y de las enfermedades físicas. El resentimiento, el odio, la autocompasión, la culpabilidad, la ira, la depresión, los celos, e incluso la menor irritación..., todos ellos son formas de dolor.
La mayor parte del dolor humano es innecesario. Lo crearás tú mismo mientras la mente no observada dirija tu vida.
El dolor que creas en el ahora siempre surge de una falta de aceptación, de una resistencia inconsciente a lo que es. Como pensamiento, la resistencia es un juicio de algún tipo. Como emoción, la resistencia es algún tipo de negatividad. La intensidad del dolor depende del grado de resistencia al momento presente, y ésta a su vez depende de lo fuerte que sea tu identificación con la mente.
La mente siempre trata de negar el ahora y de escapar de él. En otras palabras: cuanto más te identificas con tu mente, más sufres. O puedes decirlo de este otro modo: cuanto más capaz seas de valorar y aceptar el ahora, más libre estarás del dolor y del sufrimiento, más libre de la mente egotista.
La mente no puede funcionar y conservar el control sin el tiempo, que es pasado y futuro. Tiempo y mente son, de hecho, inseparables. Necesitamos la mente y el tiempo para funcionar en el mundo, pero llega un momento en el que se apropian de nuestras vidas y es entonces cuando se instauran la disfunción, el dolor y el sufrimiento.
La mente trata de encubrir el momento presente con el pasado y el futuro a fin de conservar el control, y así, a medida que la vitalidad y el infinito potencial creativo del ser -que es inseparable del ahora- queda cubierto por el tiempo, tu verdadera naturaleza queda oscurecida por la mente.
Cada dolor emocional que experimentas deja tras de sí un residuo de sufrimiento que vive en ti. Se mezcla con el dolor del pasado que ya estaba allí, alojándose en tu cuerpo y en tu mente. Aquí se incluye, por supuesto, el dolor que sufriste de niño, causado por la inconsciencia del mundo en el que naciste.
Este dolor acumulado es un campo de energía negativa que ocupa tu cuerpo y tu mente, se trata del cuerpo-dolor emocional. Tiene dos estados posibles: puede estar latente o activo. Algunas personas viven casi totalmente a través de su cuerpo de dolor, mientras otras lo experimentan sólo en ciertas ocasiones. Cualquier cosa puede activarlo, pero resuena especialmente con los dolores del pasado. Cuando está preparado para despertar de su estado latente, un pensamiento o un comentario inocente hecho por alguien cercano a ti puede ser suficiente para activarlo.
Algunos cuerpos-dolor son molestos pero relativamente inocuos, como un niño que no deja de lloriquear. Otros son monstruos depravados y destructivos, auténticos demonios. Algunos son violentos físicamente, y muchos son emocionalmente agresivos. Algunos atacan a la gente cercana, la gente que rodea a la persona, mientras que otros pueden atacar a su anfitrión. En ese caso, tus pensamientos y sentimientos respecto a tu propia vida se vuelven profundamente negativos y autodestructivos. Las enfermedades y los accidentes suelen producirse así. Algunos cuerpos-dolor llevan a sus anfitriones al suicidio.
El cuerpo-dolor, como cualquier otra entidad existente, quiere sobrevivir y sólo puede hacerlo si consigue que te identifiques inconscientemente con él. Entonces puede emerger, apropiarse de ti, "convertirse en ti" y vivir a través de ti. Se alimentará de cualquier experiencia que resuene con su energía característica, algo que produzca dolor del modo que sea: ira, ganas de destruir, odio, pena, drama emocional, violencia e incluso enfermedad. Cuando se ha apropiado de ti el cuerpo-dolor crea una situación en tu vida que refleja su propia frecuencia energética para poder alimentarse de ella. El dolor sólo puede alimentarse de dolor. El dolor no puede alimentarse de alegría; le resulta totalmente indigesta.
En cuanto el cuerpo-dolor se apropia de ti, quieres más dolor. Te conviertes en una víctima o en un agresor. Quieres causar dolor, sufrirlo, o ambas cosas. Como no eres consciente de lo que haces, afirmarás vehementemente que no quieres sufrir. Pero si miras de cerca, verás que tu manera de comportarte y tu forma de pensar están diseñadas para perpetuar el dolor, tanto para ti mismo como para los demás.
Si realmente fueras consciente de él, este patrón se disolvería, porque desear más dolor es una locura y nadie está conscientemente loco.
El cuerpo-dolor, que es la oscura sombra proyectada por el ego, en realidad teme la luz de tu conciencia. Su supervivencia depende de que sigas identificándote inconscientemente con él, así como de tu miedo inconsciente a afrontar el dolor que habita en ti. Pero si no lo afrontas, si no llevas la luz de tu conciencia al dolor, te verás obligado a revivirlo una y otra vez.
La inconsciencia lo crea, la conciencia lo transmuta en conciencia.
San Pablo expresó este principio universal de una manera muy hermosa: "Todo se muestra cuando queda expuesto a la luz, y lo que queda expuesto a la luz se convierte en luz".
Eckhart Tolle
.