La vida es una sola y consciente
totalidad que está en una constante y creativa comunicación con cada una de sus
partes o aspectos. La vida sabe lo que hace y nos lo comunica.
La vida nos habla
constantemente, se pone en contacto con nosotros a través de todo tipo de
metáforas y mensajes directos. La vida nos habla a través de todo lo que está a
nuestro alrededor: a través de lo que entra en contacto con nosotros, las cosas
que nos pasan y lo que nos dicen y hacen otras personas. Gran parte de esa
comunicación nos pasa inadvertida: la vida nos habla y no nos damos cuenta, no
prestamos la suficiente atención, vamos a lo nuestro y no escuchamos.
La vida nos habla en susurros;
si no podemos escuchar, nos habla más alto; si aún no podemos o sabemos
entender o no queremos escuchar, nos sigue hablando más y más alto hasta que
nos da un grito.
Antes de nacer, elegimos una
serie de cualidades que vamos a desarrollar en esta vida. Estas cualidades son
distintas para cada persona. Hay quien viene a desarrollar poder y quien viene
a evolucionar espiritual o materialmente, con ausencia de todo lujo. Para el
desarrollo de dichas cualidades elegimos aquellas circunstancias que las vayan
a apoyar, es decir, elegimos los padres, la fecha de nacimiento, el lugar y una
serie de ingredientes y escenarios donde empezará a desarrollarse nuestra vida.
A partir de ahí empieza la
función. La vida es un arte y nosotros somos los artistas, los creadores. Todo
lo que te trae la vida te está apoyando para desarrollar las cualidades que has
elegido. Tus padres, el lugar de nacimiento y el resto de circunstancias de tu
vida, que te parece que te han sido impuestas, te pueden dar una pista acerca de
las cualidades que has elegido desarrollar en esta vida.
El alma acompaña al cuerpo desde
el nacimiento hasta la muerte y nunca deja de estar en contacto con él, de hablarle. El alma hay que alimentarla.
Si no la alimentamos, parece que nuestra vida se muere de hambre. Entonces
entramos en conflicto con nuestras distintas partes y vivimos experiencias que
interpretamos como frustrantes, aparentemente no creadas ni escogidas por
nosotros. Esas experiencias obedecen a una especie de sordera espiritual: no
querer escuchar o no hace caso a nuestra alma, que representa una parte nuestra
que no hemos atendido, a la que no hemos dado la suficiente atención.
El misterio de la vida permite que incluso esas experiencias problemáticas, fuera cual fuese su naturaleza, incluyan aspectos que nos apoyan, que nos aportan un aprendizaje que hace que volvamos a alinearnos con nuestro camino. A través de ellos podemos entendernos mejor a nosotros mismos. Si por fin escuchamos, el alma nos deja de gritar y vuelve a hablarnos en voz baja; entonces la circunstancia problemática puede desaparecer o dejar de tener importancia.
El misterio de la vida permite que incluso esas experiencias problemáticas, fuera cual fuese su naturaleza, incluyan aspectos que nos apoyan, que nos aportan un aprendizaje que hace que volvamos a alinearnos con nuestro camino. A través de ellos podemos entendernos mejor a nosotros mismos. Si por fin escuchamos, el alma nos deja de gritar y vuelve a hablarnos en voz baja; entonces la circunstancia problemática puede desaparecer o dejar de tener importancia.
Eric Rolf