Si llamamos plano a nuestro nivel de existencia cada uno empezó a explorarlo tomando conciencia de que, de muchas maneras, comparándonos o no con los otros, al principio fuimos tan sólo un puntito minúsculo, abajo y a la izquierda del plano de nuestro presente (o por lo menos así nos sentíamos). Una especie de "nada" junto a la realidad que conformaban los demás y nuestro entorno.
Desafiados por esa perspectiva, los más inquietos primero, y todos los demás, después, asumimos que había mucho por recorrer si uno quería, de verdad, emprender un camino de crecimiento personal.
Tomada esta decisión, con más o menos énfasis, y con más o menos éxito, empezamos a avanzar hacia arriba recorriendo el plano, conociéndolo y aprendiendo a manejar cada contingencia. Primero de un tirón y sin escalas, por lo menos hasta la primera caída (esa que nos devolvió al comienzo). Fue un duro golpe para nuestro ego enterarnos de que, para seguir, debíamos volver a empezar... pero lo hicimos. Y aprendimos de paso que el camino hacia arriba hay que hacerlo escalonadamente, dos pasos hacia delante y uno hacia atrás; tres pasos hacia delante y uno o dos hacia atrás.
Todos empezamos allí, sintiéndonos alguna vez un grano de arena insignificante en un cosmos inalcanzable... Y luego con paciencia, trabajo, esmero y renuncia, fuimos, vamos e iremos recorriendo todo el camino de nuestro plano, en el sentido del crecimiento, en un rumbo ascendente.
Un día, más tarde o más temprano, sucede. Un día, llegamos arriba, al lugar más alto. Y nos damos plena cuenta de que hemos logrado algo importante. Y nos damos cuenta de que es bueno, muy bueno, estar allí. Miramos hacia atrás y revisamos todo lo padecido, sufrido y perdido en el trayecto, y tomamos conciencia de que lo pasado valía la pena si era el precio por estar allí; por saber lo lejos y mejor que estamos de aquella nada que fuimos.
Y el tiempo pasa... Y después de recorrer una y más veces cada punto del plano, uno se da cuenta de que no puede quedarse allí, quieto para siempre. Va y viene, cada vez con más facilidad; controla y maneja todo el plano, domina y salva cada dificultad, cada vez con más arte, cada vez con más rapidez...
Y entonces llega el gran momento. Es el momento en el que uno hace el gran descubrimiento: en el techo hay un acceso oculto. Una especie de puerta-trampa que sale del plano y se abre hacia arriba. Una abertura que no se veía desde lejos, que sólo se ve cuando uno está allá arriba, en el límite máximo, allí, con la cabeza aplastada contra el techo. Entonces uno abre la puerta... un poquito... y mira... La puerta da paso a otro plano del que nunca habíamos tenido noticia. Nunca se nos había ocurrido pensar que este plano, en el que nos habíamos movido desde siempre, no era el único.
Y uno asoma la cabeza. Y se da cuenta de que el plano al cual llegamos es tan grande como éste, o más. Sabemos, por lo que hemos aprendido, que podríamos pasar y seguir subiendo, seguir explorando, seguir creciendo, pero intuimos, acertadamente, que si lo hacemos no podremos regresar, y lo que es peor, sabemos, sin saber cómo lo aprendimos, que no podremos llevar a nadie con nosotros. Está claro: cada uno podrá pasar sólo cuando sea su tiempo, que no es éste, porque éste es el nuestro, solamente el nuestro.
Un día, de modo imprevisto, casi en un arranque, traspasamos la puerta y, como suponíamos, ésta se cierra y nos deja en la soledad del nuevo plano.
Una vez del otro lado, como ya nos ha pasado en otros momentos y en otras situaciones, nos damos cuenta de que podríamos decidir quedarnos donde estamos, en el principio de todo, o también seguir adelante, pero lo que ciertamente no podemos es volver atrás.
Muchos de los que se quedaron en el plano anterior creen que somos un modelo para seguir, nos cuentan sus problemas y escuchan nuestras respuestas atentamente. Y no es un mérito, es un suceso. Otros se enojan y nos critican sin demasiado motivo. Y eso es lo más doloroso.
Recién llegados al nuevo plano, uno siente un extraño déjá vu. Otra vez está allí, abajo, en el rincón... Otra vez solo... Otra vez temeroso y a ratos desesperado...
Nos sentimos otra vez una minúscula basurita insignificante, aunque ahora seamos "una nada mucho más consciente", con el recuerdo de haber sido un ejemplo para otros. A los que se quedaron en el plano anterior, desde el nuevo plano casi no se los escucha.
Ellos no lo saben, pero lo cierto es que nosotros ya no somos los mismos.
Jorge Bucay